El Parque Nacional de Cotopaxi: la guarida del perezoso y violento volcán Cotopaxi

Ecuador es un país que sorprende, entre otras cosas, por sus montañas.

No te imaginas que ese pequeño estado, enrocado entre mastodontes como Perú, Brasil y Colombia, tenga una orografía tan abrupta.

Al Parque Nacional de Cotopaxi fuimos desde Quito. Está muy cerca de la capital, a algo más de 50 kilómetros.

Empezamos la mañana, tomándonos un té de coca.

También compramos caramelos de coca. Los dos se usan contra el mal de altura.

El Parque Nacional de Cotopaxi es un importante espacio natural protegido.

Forma parte de lo que el naturalista alemán Alexander Von Humboldt denominó, con mucho acierto, la «avenida de los volcanes».

Es un destino muy conocido entre los amantes del senderismo y trekking.

Visitamos primero el Centro de interpretación Mariscal Sucre. Una suerte de pequeño museo con mucho encanto.

Allí se hablaba de la fauna y flora local, del volcán Cotopaxi y de varias curiosidades del parque.

Me llamó la atención un cartel donde se preguntaba al visitante: «¿sabía Ud. que el Cotopaxi es el volcán más alto del mundo?».

Al parecer esto no es cierto. Al menos he leído en un par de sitios que esa información es errónea. Igual cuando se creó el centro de interpretación no lo era o quizá había que exagerar un poco el orgullo nacional o quizá haya (todavía) una polémica al respecto.

Cerca del museo una piedra te advierte de que estás a 3600 metros de altura.

Tras visitar el simpático centro de interpretación, nos dirigimos al Sendero Páramo.

Uno de los carteles advertía que los páramos son ecosistemas complejos con una flora y fauna muy particular.

Un medio natural fértil pero muy delicado.

En el parque nacional Cotopaxi te puedes encontrar muchos animales.

Ahí va una retahíla de ellos (y la lista no está completa): lobos, pumas, osos, conejos, cóndores, caballos salvajes, zorros y halcones.

El parque recibe una ingente cantidad de turistas al año y, por tanto, es fundamental respetar el equilibrio del ecosistema.

Como rezaba un panel, había que «dejar únicamente las huellas de tus pasos».

La vegetación daba sensación de soledad, de planeta extraño, de desamparo.

Parecías estar en un lugar ignoto para el hombre.

Que yo recuerde sólo vimos caballos salvajes. Y algún ave que no sabría catalogar.

Tras el páramo, nos dirigimos a la Laguna de Limpiopungo.

Desde allí, supuestamente, deberíamos divisar el volcán Cotopaxi, que se encuentra a 5897 metros sobre el nivel del mar (uno de los volcanes más peligrosos de Sudamérica por la cantidad de erupciones violentas y destructivas que ha tenido).

Pero todo estaba cubierto por una densa niebla y por espesas nubes que protegían la montaña.

De modo que no pude apreciar esa bella postal del volcán con su forma de cono recubierto de nieve.

El gigante estaba perezoso.

Aún así, la experiencia fue interesante.

Breve, extraña, intensa.

 

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